Siempre es el momento. Se retrata frente al cristal y su silueta es proyectada por un pequeño ardor de centinelas piratas. La alhaja en su mano es lo único que tiene, un círculo lascivo, una reacción colérica que obligan al sol y la luna a mantener sereno el cielo, expulsar los relámpagos, ahuyentar las nubes llenas de vendavales ansiosos y mantener en secreto los espíritus celestes que vigilan al espacio colmado de pequeños discos radiantes, producto del destello de una metrópoli encantada por el temor a despertar del sueño llamado realidad, un sueño infestado de corredores solitarios definidos por las murallas de la intimidad y custodiada por el soberano de la especie, el placer humano y los fantasmales amos que tienen prohibido abrir el cerrojo de la cápsula de la eternidad.
Justo a tiempo, apaga con su silencio el espectáculo de bastardos mientras desaparecen tras los árboles, y como únicos testigos; la luna, un búho, un gato negro, la bendición, la maldición, un beso, el cielo y el infierno. Es el momento, por siempre y para siempre, su encanto se preservará en lo absoluto.
0 comentarios:
Publicar un comentario